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La enfermedad de las mil caras



Esa es la esclerosis múltiple y se le dice así porque todos los que la padecemos presentamos marcadas diferencias en nuestra sintomatología. Uno de los errores más frecuentes que cometemos como pacientes y de las personas a nuestro alrededor es compararnos. “Ella trota, baila, corre maratones, además no se le nota la enfermedad” “Él está perfecto, no le duele ni le falla nada”. Oír historias positivas es absolutamente esperanzador, pero la comparación, genera frustración.


Creo en las buenas y nobles intenciones de la gente y sé que no existe un manual de trato oportuno para personas con patologías como ésta o muchas otras. Pero en los años que llevo diagnosticada he oído muchos desatinos, juicios, y comparaciones que solo hacen que la carga pese más.


“Tienes que ser fuerte”, o “Dios pone las batallas más difíciles a sus mejores guerreros”, son también algunas de esas frases que con el tiempo ya no quieres oír, y la razón no es falta de fe, esa sí que sobra, es solo que se convierten en expresiones que al repetirlas en exceso son simplemente un cliché.


Yo, me quedo con los abrazos fuertes y sinceros, esos que curan con la energía del corazón y acarician el alma. Las miradas llenas de ternura, esa que es el arma infalible contra el miedo, eso sana, así como esas personas que uno se encuentra en el camino y que no se sienten avergonzados por sentir, esas que entregan sin medida, las que no ocultan sus temores y exponen su vulnerabilidad. Esas expresiones y ese tipo de personas me recuerdan lo inagotable y milagroso que es el amor.



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