top of page

“Qué es el destino, sino la mano de Dios”

Actualizado: 3 feb 2020



En noviembre y diciembre del año pasado mi cielo se nubló y mi mundo se encogió, pasé de la calma al ruido ensordecedor de mi cuerpo. Conocí el dolor físico que en ocasiones causa la enfermedad y que hasta ese momento se había mantenido oculto.


Las noches se tornaron más oscuras de su color habitual, ahora debía compartirlas con inclementes y dolorosos calambres que se adueñaban de mis piernas cada 20 minutos. Las horas quedaban en puntos suspensivos y yo, iniciaba mis diálogos agitados con Dios, él me daba algunos momentos dulces, pero también efímeros en mis largos y duros anocheceres en los que tenía más dolores que sueños.


Me despertaba agotada, con el alma inundada en lágrimas que no lloré y en tristeza que con esfuerzo transformaba, sonreía haciéndole una parodia al dolor, a ese que se convirtió no solo en mi verdugo nocturno, éste condenó también mis días. Empecé a coleccionar derrotas, no podía hacer cosas que antes sí, perdí fuerza en los músculos de mis piernas y el alma. Cada mañana me abrazaban el miedo y el agotamiento.


Gracias al amor de las personas que amo fui encontrando la fuerza necesaria para sobrellevar los días venideros y así con menos estruendo en mi vida fui entendiendo que la enfermedad me estaba exigiendo sus derechos, y que en mi camino de recuperación no se valían los atajos. No era suficiente el tiempo que le dedicaba a mi cuerpo en crisis, debía esforzarme por sacar mi versión más fuerte y firme.


Durante mi tormenta había olvidado que los caminos están llenos de desiertos, que el dolor no se aprende con teoría si no con experiencia, y que como en muchas otras ocasiones debía transfundirle fuerza a mi situación. Tuve la certeza de que esto, como muchas otras cosas pasaría, eso aligeró el peso de mi pecho y silenció los ruidos de mi alma.


En la oscuridad fui aprendido a ver luz y en la desesperación esperanza, el caudal de mis pensamientos tomó un nuevo rumbo, el corazón dejó de estar frío y las musas dejaron de huir, llegó la inspiración y la solución. Una increíble mujer, fisioterapeuta, con una pasión feroz por rehabilitarme llegó a mi vida, ella creía lo que yo no, ella vio lo que para mí estaba oculto, ella y su centro neurológico integral, NISA, me rescataron.


Dejé mis historias y mis anticipaciones de resultados, empecé queriendo, pero no creyendo, sin embargo, con el paso de los días, mi motivación se volvió mi constante. Reprogramé mi mente y mi alma y volví a creer y a soñar. Hoy pienso cada día en lo que progreso y no en lo que me falta. Hoy solo tengo gratitud, esos días oscuros, trajeron luz y descubrí que la fe es más efectiva que el tiempo, creí y Él me cumplió.


Al final “Qué es el destino, sino la mano de Dios”






1512 visualizaciones1 comentario

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page