Me jubilé a los 37
Actualizado: 2 may 2019

Mi vida laboral transcurría en el 2010 en la Fundación Cardiovascular de Colombia, una de las clínicas más importantes del país. Allí, era jefe de prensa y coordinadora de los eventos académicos de la institución. Fui feliz y lo sé porque el corazón aun me recuerda todos los latidos que allá dejé.
En el 2013, trabajando allá todo comenzó a cambiar, mis piernas como en un acto de rebeldía empezaron a llamar mi atención y fue en ese momento en que inicié mi viacrucis. Ese año aprendí de un momento a otro el arte de llorar en silencio y gritar en voz baja, y es que, aunque el sol seguía saliendo cada día, mi vida inexplicablemente se encontraba nublada.
Mientras visitaba a todos los profesionales de la medicina tradicional y alternativa el trabajo cada día resultaba más exigente para mí, mi nivel de fatiga y agotamiento físico me frustraba, caminar se volvió mi peor pesadilla, de tantas caídas las raspadas ya parecían lunares en mi cuerpo. Mis manos dejaron de escribir al ritmo de mis pensamientos y mis ojos angustiantemente perdían poco a poco su luz.
Fueron dos años así, esforzándome, llegando a casa destruida por dentro y por fuera, con mi paz interior en trizas, sin embargo, como un suceso milagroso en medio del caos y la oscuridad, el amor siempre me recargaba y volvía a empezar. Cada mañana decoraba mi alma y con gran esfuerzo volvía a mis actividades laborales, no obstante, estas cada día me demandaban más y a mí me resultaba un funesto delirio suspirar por lo que ya evidentemente no podía hacer, así que llegué al punto en el que quería romperme, quemarme. Sentía que la angustia de no saber lo que tenía me estaba devastando.
Un día por fin el mundo se me estabilizó, conocí tu nombre y apellido, y en medio de la tristeza de los demás mi corazón bailaba de felicidad. Ya nada podría ser peor y así fue, con el diagnostico muchas cosas mejoraron, pero claramente yo ya habitaba en un cuerpo distinto, un cuerpo que aprendí a amar y aceptar.
Debí reescribir el cuento que alguna vez me contaron de la vida y mi papel en ella para ser feliz. Mis propósitos, sueños y metas se esfumaron y fui dibujando con un nuevo pincel mi realidad. Estaba rota y debía volverme armar, encontrar los escondites de mi cuerpo donde se ocultaba el dolor.
Volví a la oficina después de un mes de estar incapacitada. Trabajar como empleada resultaba ser un capricho de mi ego con el que mi cuerpo claramente no estaba de acuerdo. La jornada laboral con todos sus ires y venires resultaba agobiante. Después de casi dos años y una recaída que afectó mi movilidad, intelectualmente entendí que era hora de decir adiós, el reto fue convencer a mi personalidad un tanto rebelde de hacerlo.
Finalmente tomé la decisión, necesitaba aligerar la vida, ordenar el vocabulario de emociones que había experimentado en los últimos años, salir de las arenas movedizas en que me había puesto la esclerosis, asimilar y entender lo que dejó de ser sencillo para ser un acto heroico. Fue así como dije adiós al trabajo con la satisfacción del deber cumplido, con la tranquilidad que da hacer las cosas con pasión y amor hasta el último día. Era hora de redefinir mi situación y entender su propósito.
Inicié el largo proceso de la jubilación, fueron 2 años de papeleo, citas, juntas médicas, narraciones extenuantes y repetitivas de lo sucedido en los últimos años. Entrevistas dolorosas que terminaron siendo un desbordamiento sentimental.
Hoy, ya hago parte de la lista de jubilados de este país, de esas cosas que me trajo la vida en uno de sus mares impredecibles que suelen acompañarla. Nunca me he rendido a la indagación del por qué, entiendo claramente el para qué. La manera en que asumí todo lo sucedido no es un acto de valentía de mi parte, la fuerza y el empuje me los ha dado el de arriba.
Hoy mi vida transcurre ayudando a otros a salir de la cárcel del dolor, a desembotellar las emociones y reconstruir su alma y su corazón, a romper el silencio que es lo que nos libera, redefinir la situación y sobre todo entender su propósito. A perderse en el proceso, buscarse y encontrarse.