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Irresponsablemente Feliz

Actualizado: 23 dic 2018



Hace un par de meses me pusieron mi segunda y última infusión de Alemtuzumab, los efectos secundarios fueron inicialmente los mismos que presenté en la primera aplicación, dolores de cabeza y algunas alergias. Nada realmente grave, así que continué con mi vida sin mayores alteraciones.


Todo iba tan bien que planeamos con mi esposo unas vacaciones, sin embargo, dos días antes de nuestro viaje, en mi control de neurología el doctor vio que mis exámenes evidenciaban una cantidad muy baja de leucocitos, esos glóbulos blancos, que yo llamo “soldaditos”, que nos defienden de las infecciones y los virus. Con una mirada de profunda preocupación y un tono serio en su voz, me dijo “es imposible que viajes, debes cancelarlo” tras unos minutos de silencio y sentir un dolor estrecho entre mi corazón y mi alma, le dije que no lo haría, no desistiría de mi viaje.


Quizás fue un acto de rebeldía con la enfermedad, un inesperado impulso de irresponsabilidad, pero yo había decidido vendarle los ojos a la situación, los miedos y en cierta medida las recomendaciones de mi doctor, quien ante mi rotundo y sólido no, me propuso hacerme un examen ese mismo día y dependiendo del resultado se mantendría en su posición o me daría el aval para viajar.


Cuando salí del consultorio mi mente era un completo campo de batalla, que después de un tiempo dio como vencedora a la idea de viajar y hacer el examen al llegar del viaje, pues en un rincón escondido de mi ser sabía que este resultado no sería propiamente el pasaje de mi viaje.


Desde que tengo esclerosis he navegado en barcos con mares agitados, muchas cosas me hacen daño, el clima, cierta comida, el estado de ánimo, en fin, la lista sigue y puedo decir que aprendí a vivir así y ser feliz, lo único que no me permito es vivir presa del miedo, me gusta hacer cosas que me hagan sonreír. Mi mente desordenada y libre no me permite ser esclava de mi enfermedad y sus tantos cuidados.


Viajé, disfruté, conocí y fui muy feliz, sin embargo, existen equilibrios difíciles de mantener, así que volví y debí enfrentarme a la premonición de mi corazón, el examen salió mal, el resultado no me sorprendió, sabía que ahora sí debía atender cuidadosamente todas las recomendaciones de mi doctor. A pesar de eso ni el remordimiento ni la culpa me invadieron, también he aprendido con el tiempo a celebrar mis altibajos, mis desequilibrios, mis aciertos y desaciertos. Celebro tener de vez en cuando los ojos apagados.



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